¡Agarra fuerte la cucharilla pequeña!


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

Todos tenemos días buenos. Todos tenemos días malos. Y la diferencia entre ellos a veces es una delgada línea: la llegada de una mala noticia, el encuentro con un evangelio vivo, el sentimiento de pérdida que siempre está dispuesto a tocar a nuestro corazón, el mensaje de gratitud de alguien que está lejos y nos recuerda, una palabra sin misericordia que hiere como un cuchillo de carnicero, una mano que nos acaricia el hombro para decirnos que no estamos solos. Si, todos tenemos días buenos y días malos. Pero somos nosotros los que decidimos vivir en el presente.

Para los días buenos no se venden manuales. Y es que en realidad no los necesitamos porque la mayoría de nosotros sabemos que la alegría nos toma por asalto y nos dejamos llevar por ella. La alegría es contagiosa. Pero para los días malos se han escritos muchos libros. Hay muchas recetas. Hay muchos poemas. Hay muchas canciones. La tristeza también es contagiosa. En nuestra cultura estar desanimado es una mala señal, una especie de geografía maldita, así que hay a nuestra disposición miles de recomendaciones para experimentar la felicidad exprés. Para olvidar el dolor como si fuera cambiar de canal en la televisión. Pero un creyente adulto ha de saber que esto es una falacia.

Jesús nunca les dijo a los discípulos que en esta tierra sólo nos tropezaríamos con las flores. No, nos advirtió que también habrían serpientes. Que enfrentaríamos los fuertes vientos y las olas inmensas en medio de la noche. Que tendríamos días donde las nubes cubrirían al sol. Y que en esos días, precisamente, era donde no nos dejaría solos. Ni a ti ni a mí. Que estaría con nosotros el Espíritu de Dios aunque no lo viéramos. Que nos secaría las lágrimas el Consolador. Que nos llevaría en sus brazos el Andamio.

Ahora viene la buena noticia de este día. Asi que agarra fuerte la cucharilla pequeña porque lo mejor está por llegar.

Para los que avizoran el horizonte llenos de preocupaciones, para los que están presionados por el pasado para erigir en él un refugio donde morar, para los que la soledad les pesa más que una rueda de molino y no pueden andar, para los que no tienen fuerzas para salir de la cama en este día que comienza, para los que no se sienten queridos y están solos frente a una mesa: ¡Ánimo, no están solos. Jesús a vencido a las malas noticias!

Lectura del evangelio de Juan 16, 33

Os he dicho todo esto para que, unidos a mí, encontréis paz. En el mundo tendréis sufrimientos; pero ¡ánimo!, yo he vencido al mundo.

¿Quién escuchará mis palabras?

Padre: Quiero en este día poder expresar mis emociones sin temor. Quiero poder sonreír a los que se acerquen a mí sin esperar nada a cambio. Quiero enviar un emótico alegre a alguien de quien no tengo noticias hace algún tiempo. Quiero aprender a ceder el paso. Quiero escribir una postal a una amiga que vive sola. Pero sin la ayuda del Espíritu Santo todos mis buenos deseos se quedaran en eso, en buenos deseos. Jesús enséñame a no eludir el sufrimiento. Enséñame a no quedarme a vivir en el él. Jesús, gracias por estar tan cerca de nosotros, ahora que el verano está a la vuelta de la esquina. Amén.

Augusto Gil Milián 

 

 

 

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