Donde está el Espíritu de Dios allí hay libertad


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Queridos samaritanos:

Los hombres y las mujeres somos especialistas en esconder cosas. Podemos esconder nuestros sentimientos. Y podemos esconder un regalo para nuestros hijos en algún rincón de la casa. Incluso podemos escondernos para evitar a los Testigos de Jehová. Sea lo que sea, cuando escondemos algo, lo que realmente hacemos es ponerlo fuera de la vista de los demás. Esconder puede significar también mantener algo en secreto. Pero nosotros no sólo escondemos las emociones sino que también escondemos defectos, errores, palabras, acciones. En esta mañana quiero hacerles algunas recomendaciones, está es la primera: si derramamos alguna bebida en el sofá, podemos esconder la mancha con un cojín o una colcha.

Cuando los cristianos hemos comenzamos a mirar debajo de la nuestra superpie, y en la de los otros, podremos asustarnos y asumir actitudes muy diferentes. El texto de esta mañana de domingo es un ejemplo de ello.

El evangelio nos presenta un diálogo lleno de detalles y símbolos. Al principio Jesús aparece cansado, humano, pero aún así seguirá con su misión de compartir la buena noticia. La mujer samaritana aparece por el pozo a una hora extraña, al mediodía. Lo normal era ir temprano en la mañana, para hacer el pan y tener agua para el día. Después el texto nos dará más información, sabremos, por ejemplo, que la mujer ha tenido cinco maridos. Y entonces comprendemos porque esta mujer viene al pozo a esta hora del día. Es una mujer señalada por la gente del pueblo. De ella hablan cuando pasa. Esta mujer ha optado por la soledad. A veces la soledad es una manera de esconderse.

¿Qué le pide Jesús? Jesús le pide agua, y aunque parezca un gesto sencillo, en realidad está rompiendo dos prejuicios muy culturales: los judíos no hablaban con samaritanos y los varones no hablaban en público con mujeres, y aún menos de temas religiosos.

Pero el Jesús que tenemos en el relato es libre, no se siente atado por los prejuicios sociales de su época. Los discípulos pretendemos parecernos a Jesús, pero cargamos con los prejuicios que hemos heredado. Su sencillez es un modelo para nosotros, simplemente tiene sed y pide agua. A través del gesto de pedir de beber, Jesús resulta cercano para mucha gente. Es cotidiano.

¿Y cuál es la reacción de la mujer? La mujer se sorprende y pretende establecer un dialogo infantil, superficial.  Pero Jesús no entra en el juego, cambia de tema y se preocupa por lo más profundo, por lo que realmente le preocupa a esta mujer y que mantiene escondido: Si conocieses el don de Dios, y quién te pide de beber…

El don de Dios, al cual se refiere el autor del texto, es el Espíritu Santo, simbolizado también en el «agua viva» que Jesús ofrece.
Pero la mujer no le entiende este concepto; agua viva en aquella época significaba también agua corriente, o sea, agua que no está estancada. Ella piensa sólo en el agua física, y acaba pidiéndole aquello que Jesús no da: la satisfacción inmediata de las necesidades más superficiales.

Como la mujer no comprende, Jesús propone un progreso en la conversación. Le pregunta algo más personal. Le pregunta por su vida: Trae a tu marido, y la samaritana responde que no tiene marido.

En aquella época, una mujer sin marido era una mujer desprotegida, indefensa. Expuesta a las habladurías y a la mendicidad. Y entonces Jesús pone el dedo en la llaga: Has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es tu marido.

A los hombres y las mujeres nos resulta muy difícil aceptar la verdad de nuestra vida con toda su crudeza. Asi que muchas veces ante la verdad asumimos muchas actitudes. La mujer de nuestra historia podría sentirse ofendida y marcharse. No sería la primera vez. ¿Recordemos al joven rico, que cuando comprendió la exigencia de Jesús de venderlo todo y seguirle, se marchó entristecido?

Jesús se expone en el diálogo con la samaritana. Se manifiesta tal como es. Jesús no se esconde y entonces ella comprende por fin: Es un profeta. Entonces entiende todo el diálogo anterior: se da cuenta de que Jesús no hablaba de agua física. Y es que Jesús habla como los profetas de la antigüedad. Con símbolos e imágenes.  Ser un profeta era algo importante en el s. I, significa venir de parte del Sr. Dios para anunciar sus designios. Nosotros sospechamos entonces que si la mujer reconoce a Jesús como profeta, ha dado un paso importante para aceptar a Jesús.

Por eso, en seguida, le lanza la pregunta que tanto preocupaba a los samaritanos: ¿Dónde se debe adorar a Dios? ¿En el monte Garizim de Samaría, o en Jerusalén? La respuesta de Jesús, como siempre, va a sacar lo que está escondido. La duda de la mujer es demasiado superficial. El culto no se decide en cuestiones tan externas como el lugar. Ni en la montaña ni en la ciudad. Porque ahora que ha llegado Jesús, el culto, es decir, la relación con Dios, se encuentra en la profundidad de la persona, en su espíritu, que es donde habita el Espíritu de Dios, donde se encuentra la verdad de uno mismo.

Al final del diálogo, la mujer manifiesta su esperanza: Ha de venir el Mesías.
 

Ahora puede Jesús manifestarse abiertamente y decirle: Yo soy el Mesías.
Jesús es un buen comunicador. Si hubiese dicho al principio que era el Mesías, la mujer no le hubiese tomado en serio. Pero Jesús ha ido buscando las preocupaciones de la samaritana, se ha hecho cercano con el gesto simple de pedirle agua, le ha hablado con el símbolo del agua, le ha puesto la vida ante los ojos para que se reconociese vacía y necesitada de equilirio, ha hecho de maestro explicándole el auténtico culto. Después de todo el diálogo, la mujer puede comprender quién es Jesús: el Mesías esperado por su pueblo, el Mesías que ella misma espera.

Creemos que encontrarse con Jesús cambia tu vida y la mía totalmente. Algunos lo recuerdan. Otros lo han olvidado. La samaritana deja el cántaro junto al pozo y corre al pueblo a anunciar la llegada de Jesús. Ahora somos consientes de que es la primera misionera de la buena noticia.

Quizás hoy sea el día indicado para preguntarnos: ¿Es ésta nuestra experiencia? ¿Nos hemos encontrado con Jesús? La respuesta a esta pregunta es personal. Y la respuesta a esta pregunta está en nuestra manera de hablar y de comportarnos con los demás. 

 ¿Quieres pedir alguna cosa este domingo en la reunión de la iglesia? Pues pide agua, pero agua viva. Pide el don del Espíritu Santo, para poder caminar cada día con él en medio de las zarzas y los espinos. Porque la vida real no es la que se vive en la oscuridad ni en el pasado, sino en el aquí y el ahora.

Y yo me pregunto: ¿Alguien tiene sed aqui y ahora?

Augusto G. Milián


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