El invierno no dura para siempre


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

El invierno no dura para siempre. Ahora lo sabemos. Los días son más largos. Y es en estos días que nos podemos encontrars con dos tipos de personas: los que han hecho un rompimiento con el pasado, porque allí había dolor. Y otras, los que parecen sumergirse en el futuro, creyendo que allí anida el bienestar.

Pero nosotros hemos sido llamados a  vivir la esencia de las cosas, y esta esencia es atemporal. Si, lo realmente importante de la vida está en todas partes: estaba en el ayer, está en el hoy y estará en el mañana. Por ello, tú y yo, hemos de ser lo suficientemente avispados para reconocer los signos de nuestro tiempo. Y ser agradecidos. Y no dejarnos domesticar por la cultura imperante.

Los evangelios nos narran que Jesús no sólo conoce el corazón de los discípulos sino que los discípulos reconocen su voz entre otras tantas voces. Nosotros le escuchamos en la oración y en la lectura de las Escrituras. Y es que allí donde estamos reunidos dos o tres en su nombre, allí está Jesús.

El invierno no durará mucho más.  Algunos hombres y algunas mujeres pedirán evidencias de la acción del Sr. Dios en el mundo para creer en él. Pero esas evidencias ya han sido dadas. Algunos hombres y algunas mujeres optarán por creer sin tener nada entre las manos. A estos últimos se les llama los del camino. Sus discípulos. Porque fueron ellos los que oyeron su voz  al pronunciar sus  nombres cuando nadie lo había hecho antes. Porque fueron ellos lo que recibieron el llamado de salir del lugar donde nacieron. Porque fueron ellos los que se han dejado conducir hasta este momento en que respiramos a pesar de los cierzos y las riadas.

Si, fue la voz de Jesús la que nos ha acompañado todos estos años a ti y a mí. Ha sido su voz la que calentó nuestros corazones mientras duró el frío. Pero ahora el invierno se acaba. Y le pediremos que nos vuelva a hablar.

Lectura del evangelio de Juan 10,22-30

Celebrábase en Jerusalén la fiesta de la dedicación. Era invierno, y Jesús andaba en el templo por el pórtico de Salomón. Y le rodearon los judíos y le dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Mesías, dínoslo abiertamente. Jesús les respondió: Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos.

¿Quién escuchará nuestra oración?

Padre: En este día que comienza, en esta primera oración de la mañana me pongo frente a ti con gratitud y esperanza. Abro mis manos, mis oídos y mi corazón para percibirte. Gracias Espíritu Santo por lo que me has otorgado. Gracias porque soy consiente de que todo lo bueno que me circunda viene de Jesús. Jesús, en tu nombre nosotros confiamos. Amén

Augusto G. Milián

 

 

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