No basta con hacer. También hay que sentir


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El lavatorio de pies era un símbolo de sumisión entre los cristianos primitivos, pero nosotros tenemos un problema con todo lo relacionado a la sumisión hoy en día.

Hay personas que aman hasta el final. Contra toda desesperanza. Contra todo pronóstico. Contra toda circunstancia. Jesús es una de esas personas. Pero los discípulos no lo tienen claro.

Jesús tiene plena conciencia de lo que va a acontecer en cada momento de su vida. La lectura del evangelio de esta mañana nos dice que la noche anterior a su arresto, asumió el papel de un criado y comenzó a lavar los pies de los discípulos. También los de Judas Iscariote, para nuestro escándalo. Cuando sabemos lo que somos y a que somos llamados podemos darnos permiso para servir a los demás sin esperar nada a cambio. Nada. Cuando no sabemos quienes somos ni a qué hemos sido llamados preferimos optar por la autoridad, por el control y por la defensa a ultranza de los dogmas y de los reglamentos. Creyendo que estas cosas nos harán mejores personas. Que nos harán felices.

Los cuatro evangelios nos presentan a Jesús como alguien que vivió intensas y crudas experiencias que no dudó en hacer publicas ante los discípulos. Jesús no reprime sus sentimientos ni los proyecta sobre otros. Jesús no le echa la culpa de su vida ni a sus padres, ni a sus hermanos, ni al gobernador romano. En nuestra cultura, a Jesús se le consideraría como alguien emocionalmente inteligente. Pero solo el evangelio de Juan nos narra el lavatorio de los pies de los discípulos.

Para algunos cristianos lo que hace Jesús con los discípulos no es correcto, no es lo tradicional, no es lo que se espera de él. Por eso nos resulta atractiva una iglesia jerarquizante. Asi que tenemos a muchos cristianos entre nosotros que asumen las palabras de Pedro como propias: Señor, ¿vas a lavarme los pies tú a mí? Pero en realidad Jesús está tratando de conducir a los doce a que miren debajo de la superficie. A que no se queden con el ritual. Porque sabe que la verdadera conversión ocurre de adentro hacia afuera. Siempre, de dentro hacia fuera.

El modelo cultural en que se ha criado Pedro y por el que aboga la eclesiología nuestra de cada día, exige que sea el maestro el que reciba las adulaciones y atenciones de los discípulos. Que los cambios sean externos más que internos. Que lo que se muestre sólo sea lo que pueda ser visible. Comprobable. En realidad es un modelo que busca la apariencia en nuestra manera de vivir, la superficialidad en nuestra manera de creer, lo tangiblemente religioso de nuestra fe.

La mayoría de los modelos eclesiales que conocemos en nuestra ciudad siguen esta tendencia. Cristianos y cristianas que tienen conectado el piloto automático en cuestiones de activismo; pero que no son capaces de mirarse por dentro. Cristianos y cristianas que son capaces de recitar porciones de las Escrituras pero no saben por qué hacen las cosas que hacen ni por qué hablan de la manera que hablan. En realidad la iglesia contemporánea está más preocupada por lo que opinan los demás de ella que en hacer la misión a la que ha sido llamada.

Para Jesús es importante lo que sentimos y como resultado lo que hacemos. Porque de ello trata precisamente el discipulado. Claro que hay otras cuestiones que están girando en torno al discipulado como es el uso que hacemos de la libertad, la responsabilidad, el tiempo que dedicamos a la oración, etc, etc; pero las emociones y los sentimientos siempre estarán en la parte central. Sin ellas lo demás se torna insípido. Es como un tambor que hace ruido y nada más. Es como esa gente que dicen hablar lenguas angelicales, pero que nadie entiende lo que dicen. Es como los que creen que dando todo lo que tienen los demás sentirán afecto por ellos.

La acción de Jesús de lavar los pies a los discípulos era una manera poco tradicional de entrar en el corazón de sus seguidores. Y es esta manera poco tradicional que tiene Jesús de obrar y de hablar lo que enamora a nuestros hijos y a nuestros nietos. No, nuestro tradicionalismo. No, nuestro fino barniz de religiosidad. Lo que Jesús propone al hacer, lo que Pedro no quiere que haga, es una conversión completa. Integra. Holística. Jesús no pretende que cambiemos nuestra manera de vestirnos o de hablar, para eso ya  están los libros de autoayuda que vende el Corte Inglés. Jesús aspira que cambiemos nuestro corazón de piedra por uno de carne.

Querida iglesia:

¿Cómo podremos entrar en el corazón de nuestros familiares, de nuestros amigos, de nuestros hermanos de la fe si aun no hemos entrado en nuestro propio corazón? Esta es una pregunta oportuna y necesaria hoy. Asi que deja que Jesús lave tus pies sin poner tantas excusas y tantos remilgos. Deja que el agua te limpie por dentro y que se note por fuera.

Augusto G. Milián 

 

 

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