Remedio contra el miedo


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

Se nos ha dicho que no debemos albergar miedos, pero hay algunos hombres y algunas mujeres entre nosotros que le temen a la muerte. Aunque la mayoría mostraremos nuestros temores durante esta vida. Y es que el miedo es una de esas sensaciones que nos acompañan desde llegamos a este mundo llorando hasta que le dejemos sin poder respirar.

Se nos ha dicho que no debemos albergar miedos. Si, el miedo es entre otras cosas, la sensación de que nos pasará algo malo, o lo que experimentamos cuando abrazamos la creencia de que nos acontecerá algo desagradable. Y entonces nuestra mente y nuestro cuerpo comienzan a emitir voces de alerta, y el corazón se acelera, y la angustia nos toma por asalto. Y nos paralizamos. Y dejamos de ver el horizonte. Hay miedos irracionales. Hay miedos reales. Hay miedos que nunca nos dejan solos.

Se nos ha dicho que no debemos albergar miedos. Y Jesús sabe de nuestra inclinación al espanto cuando las circunstancias no nos son favorables. Sabe que el temor a las pérdidas nos deja sin aliento y sin fe. Y por eso frente al miedo no nos ofrece la valentía como una opción duradera, sino que nos invita a acoger la paz. Pero un tipo de paz que no podremos comprar en el supermercado ni hallar en las noticias de las tres de la tarde.

Se nos ha dicho que no debemos albergar miedos. Asi que ahora que comienza el día quiero cerrar mis ojos y dirigir mis primera palabras del día al Sr. Dios porque preciso de la calma en mi corazón, calma en mi casa, alma en mi familia, calma en mi ciudad, calma en mi tierra. Necesito de la calma en el mundo. Y que Jesús sea mi remedio contra el miedo. Sea la luz en la oscuridad.

Se nos ha dicho que no debemos albergar miedos. Asi que nuestro saludo sea tanto para la tormenta que se avizora como para la noche que está por venir: ¡La paz de Jesús sea contigo mi hermano!¡La paz de Jesús sea contigo mi hermana!

Lectura del evangelio de Juan 14:27

Os dejo la paz, mi paz os doy. Una paz que no es la que el mundo da. No viváis angustiados ni tengáis miedo.

¿Quién escuchará mis palabras?

Padre: Me urge el don de la paz para seguir por el camino donde hay espinos y guisazos. Y es que muchas  veces me encuentro inseguro, ansioso, preocupado, enojado. Espíritu Santo háblame, porque estoy cansado de tantos ruidos humanos. Jesús en tu nombre seguimos esperando, seguimos pidiendo y seguimos llamando. Amé.

Augusto G. Milián

 

 

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