Hay días que la vida te da limones


 

 

 

 

 

 

 

Buenos días para los que están cerca. Buenas noches para los que están lejos.

La mayoría de las personas que conozco están llenas de aspiraciones. También yo. Y es que no queremos permanecer como fuimos en el pasado para siempre. Al menos si tienes una fe adulta. Queremos que algunos cambios lleguen. Por dentro y se noten por fuera. Y lleguen para hacer el bien. Porque la realidad que vivimos a veces es ardua. A veces es fragmentada. A veces nos hace un nudo en la garganta. Y nos quedamos sin voz.

El texto de esta mañana es una historia muy conocida. La de un padre y sus dos hijos. Es una historia que nos recuerda nuestro lugar en la familia como si fuera una vieja fotografía. Una historia que nos habla a nosotros mismos porque en algún momento nos fuimos de casa porque queríamos ver el mundo exterior, o porque estábamos cansados de la vida que nos ofrecían nuestros padres, o porque sencillamente queríamos ser libres. Y nos fuimos lejos. Tan lejos como pudimos.

Algunos de nosotros nos daremos permiso para reconocer al hijo menor que habita dentro de nosotros. Otros no se darán ese permiso. Algunos de nosotros hemos podido recapacitar después de haber tomado una decisión por la que hemos tenido que pagar un precio alto. Si, recapacitar es una de esas palabras antiguas que ahora tiene poco uso y significa nada más y nada menos que reflexionar con detenimiento y atención sobre un asunto.

Recapacitar es la palabra clave para este día que comienza. Porque dice entre otras cosas que ya hemos dejado de comportarnos como niños, que asumimos el control de nuestras emociones y que estamos dispuestos a pedir perdón si es necesario. Si, en muchas ocasiones el recapacitar nos pone ante la tesitura de pedir perdón a quien hemos ofendido, a quien hemos dejado solo, a quien nos abrió su corazón y no le pagamos con la misma moneda.

Si alguien me pregunta en que etapa del camino espiritual estoy aquí y ahora, tendría que decirle que en esa donde estamos arrodillados y con los brazos extendidos al Sr. Dios. Dependientes y necesitados. Reconociendo nuestra fragilidad, Y vulnerables a todos los desafíos y dolores de la vida. Y esperando que alguien ponga unos zapatos en nuestros pies descalzos.

Desde hace años vengo escuchando una frase que dice: si la vida te da limones hazte una buena limonada. Y más de una vez la he puesto en práctica. Pero en nuestra tradición reformada existe también el criterio que sólo cuando reconocemos que no somos personas cariñosas ese día intentamos comenzar a serlo con la ayuda del Espíritu Santo. Porque nadie transforma mejor que él. Y es entonces cuando rehacemos el camino a casa. Y regresamos a los lugares donde un día fuimos felices.

Los hombres y las mujeres seguimos tropezando con las mismas piedras después de tantos años. Sólo reconocemos lo que amamos de verdad cuando lo hemos perdido. O estamos lejos. A los que están cerca, a los que están lejos: Atrévanse a recapacitar. ¡Bienvenidos a los cambios!

Lectura del evangelio de Lucas 15: 11b-18

 Había una vez un padre que tenía dos hijos. El menor de ellos le dijo: Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde. El padre repartió entonces sus bienes entre los dos hijos. Pocos días después, el hijo menor reunió cuanto tenía y se marchó a un país lejano, donde lo despilfarró todo de mala manera.  Cuando ya lo había malgastado todo, sobrevino un terrible período de hambre en aquella región, y él empezó también a padecer necesidad. Entonces fue a pedir trabajo a uno de los habitantes de aquel país, el cual lo envió a sus tierras, a cuidar cerdos. Él habría querido llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Entonces recapacitó y se dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo estoy aquí muriéndome de hambre! Volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti.

¿Quién escuchará mis palabras?

Padre,  te pido valor y fe para enfrentar los cambios que están por llegar. Sé que cualquier deseo de tomar la justicia por nuestras propias manos puede disminuir la voz del Espíritu, y oro contra la tentación de hacer el mundo a nuestra imagen y semejanza. Ayúdanos a crecer en el fruto del Espíritu y así caminar más cerca de ti. Te pedimos por la guía de tu Espíritu aquí y ahora. Que tu voluntad y tus promesas sean siempre la reflexión de nuestros corazones y nuestras mentes. Porque a Jesús nosotros, escuchamos. Amén.

Augusto G. Milián

 

 

 

 

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