La compasión es un arma


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

¡Tum-tum! Y nosotros preguntamos: ¿Quién es?

Si hemos tomado partido por la duda o por el miedo no podremos cambiar el corazón de nadie. Quien cambia es nuestro propio corazón. En nuestra tradición existe el criterio que un corazón lleno de dudas o lleno de miedos se torna como en una piedra. Áspero.

Las dudas y el miedo tocan a nuestras puertas cada día. La certeza y la fe también lo hacen. Somos los discípulos quienes decidimos a quién le abrimos y a quién no le abrimos la entrada. Y esta decisión nadie la podrá hacer por nosotros. Nadie. Es nuestra.

Los discípulos solemos movernos entre la alegría y la tristeza con mucha facilidad. Los problemas nos asustan. Las opiniones diferentes nos atrincheran. A veces nos basta con ver una nube negra en el cielo azul para sospechar que vienen momentos malos. A veces una palabra mal entendida nos amarga el día. A veces no comprendemos la acción del Sr. Dios en medio de nuestro mundo y ya nos vemos solos y abandonados en medio de una isla. Como Robinson.

Pero las Escrituras nos dicen que Jesús sale al encuentro del quebrantado. Del que está roto. Del que está lejos de casa y tiene hambre. Jesús hace uso de la compasión como si fuera un arma. Y es que la compasión es su única arma contra la sordera. Contra la mudez.

Nuestra mudez nos imposibilita abrir nuestro corazón. Nuestra ceguera nos impide ver a Jesús, pero Jesús no es ciego ni está mudo. El nos puede ver. El nos puede hablar. Y sale a nuestro encuentro y nos llama por nuestros nombres. Si, Jesús conoce tú nombre y el mío. Y llama a nuestra puerta.

¡Tum-tum! Y nosotros preguntamos: ¡Quién es?

Lectura del evangelio de Mateo 9,32-33

Acababan de irse los ciegos cuando se acercaron unos a Jesús y le presentaron un mudo que estaba poseído por un demonio. En cuanto Jesús expulsó al demonio, el mudo comenzó a hablar. Y los que lo presenciaron decían asombrados: ¡Nunca se ha visto en Israel nada parecido!

¿Quién escuchará mis palabras?

Padre: Ayúdame a escuchar tus palabras: Yo soy tu esperanza sobre todas las demás palabras. Señor: las Escrituras dicen que tú eres la esperanza de los desesperados, así que estoy caminando hacia ti en esta mañana. Espíritu Santo: Lléname de esperanza y hazme recordar a dónde he llegado con tu ayuda porque no quiero ser un desmemoriado. Jesús, en ti confía mi corazón. Amén.

Augusto G. Milián

 

 

 

 

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