¿Dejaremos que de lo quemado nazca algo nuevo?


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mateo 5.4

El paisaje después del fuego es desolador. Lo hemos visto en el telediario. El dolor, el duelo, el sufrimiento es como vivir en una tierra quemada. Algunas personas aceptan el sufrimiento más fácilmente que otras. Y esto no significa que sean mejor cristianos que otros. Personalmente no me gusta sufrir. Y hago todo lo que está a mi alcance para evitarlo. Pero hay días que me tropiezo con textos en las Escrituras donde de alguna manera se me invita a abrazar el dolor. A repetir las acciones que los hombres y mujeres de fe hicieron un día sin muchos remilgos.

Una de las primeras cosas que le dice Jesús a los oyentes que están en la montaña escuchándole es: Felices los que están tristes, porque Dios mismo los consolará. Y tengo que confesar en esta mañana otra cosa: así como no me gusta sufrir, me encantaría que el propio Sr. Dios me consolara. Me abrazara fuerte cuando estoy en medio del dolor. Me calentara el alma cuando transito ese poco ordinario sendero que llaman el duelo. Albergo la sospecha de que cuando Jesús habla lo hace desde la experiencia. Y la experiencia de Jesús, según los evangelios, es la de ser consolado por el Sr. Dios. Y si él lo fue, entonces mi esperanza en esta mañana, es que también tú y yo lo seremos un día.

Hay que darse permiso para hacerse preguntas. Al fin y al cabo somos creyentes adultos en su mayoría. ¿Qué pasa después que el bosque se quema? ¿Qué puede surgir después del dolor y las pérdidas? ¿Por qué Jesús dice que serán felices los que ahora estamos tristes? Quiero compartir tres ideas al respecto.

a.     La primera idea tiene que ver con el discipulado. El discipulado de la compasión. Podemos iniciar el camino de la compasión hacia los demás sólo cuando hemos experimentado el sufrimiento en carne propia. Una de las declaraciones más repetidas que encontramos en las Escrituras es que el Sr. Dios es compasivo. Podemos mirar en Santiago 5,11. Pero, ¿con quién es compasivo Jesús en los cuatro evangelios? Pues con los pobres, con las viudas, con el huérfano, con el marginado, con el herido. ¿Qué poseían esta gente que a Jesús le resultaba atractivo? Mi respuesta inmediata es: el dolor. Jesús conocia su dolor.

b.    La segunda idea tiene que ver con nuestro carácter. Con la conversión. Desde nuestra tradición reformada creemos que la conversión es un proceso y que la vida se encarga de ponernos los pies sobre la tierra cuando experimentamos una pérdida. Por ejemplo, somos menos ambiciosos. Menos dados a la idolatría. Es durante esta estación que descubrimos que no son las cosas las que nos hacen felices. ¡Es la gente!. Cuando nuestra vida está desposeída de sus pretensiones, de sus brillos, de sus fuegos artificiales es entonces que podemos decir que es realmente lo importante en mi vida y no lo que me habían enseñado. Ahora sabemos que todo tiene su tiempo. Todo. Después de una pérdida ya no tenemos que impresionar a nadie. A nadie. Y es ese el momento que podemos decirle al Sr. Dios: ya estoy listo para hacer el camino.

c.     La tercera idea tiene que ver con el futuro que nos espera. Y es que el temor comienza a tener menos influencia en nuestra existencia cuando hemos sido consolados. Sólo los que no tienen miedo se atreven ha amar sin esperar nada a cambio. Porque amar a quien nos ama es muy fácil. De hecho, es lo que hacemos la mayoría de las veces. Lo arduo, lo díficil es amar a quien no nos paga con la misma moneda. Nosotros confesamos que el amor excomulga el temor. Esa es la lectura que hacemos de 1 Juan 4,18. 

Si, el texto de esta mañana proclama que después del sufrimiento arriba el consuelo. Y es entonces que ya no tenemos que estar aparentando lo que no somos, ni recitando credos que no vivimos y que son de otras personas. De otro tiempo. Ya no tenemos la necesidad de ir evaluando a las personas, ni juzgándoles porque no somos el Sr. Dios. Renunciamos a controlarles. Porque hemos entendido que lo que nos une como seguidores de Jesús son nuestros quebrantos, nuestras heridas, nuestros dolores.

Sospecho que lo que les estoy proponiendo es contracultural. No es lo que anuncia a bombo y platillo nuestra sociedad. No es lo que recibimos como una herencia y que debíamos hacer. No es lo que nos enseñaron en la familia cuando éramos niños. Pero no veo otro camino a través de las Escrituras para encontrarnos con el Sr. Dios. 

Algunos nos han etiquetado de ser una iglesia inclusiva. Otros vociferan que somos liberales. Pero en verdad no nos conocen, no se han sentado con nosotros en la mesa y la realidad es otra. Hemos sido llamados a ser una iglesia compasiva. Una especia de geografía para los hombres y mujeres que están desnudos y maltrechos en la cuneta y frente a los cuales los ortodoxos y los de sana doctrina pasan de largo.

Jesús dice: Felices los que están tristes hoy, porque el  mismo Dios los consolará mañana. Este es el mensaje de esperanza para nosotros en este último domingo de Agosto. Estas son palabras para ti y para mí, no creas que son para otras personas. Son palabras para compartir con la familia, con los amigos, incluso con los desconocidos. Estás son las palabras de exhortación para la iglesia que queremos ser. Una iglesia compasiva.

Pero tengo que admitir una última cosa antes de acabar: nosotros solos no podemos. Necesitamos de un andamio. Para ser una iglesia compasiva necesitamos encontrarnos con el Sr. Dios para poder derrotar al dolor, para superar al miedo, para tener memoria después de la muerte. ¿Y si alguno de Uds. me pregunta de dónde viene mi certeza? Entonces tendré que decir: Mi certeza viene de Jesús. Mirad la cruz de neustra capilla. Está vacía. Las Escrituras nos declaran que Jesús encontró aflicciones y penas en este mundo, pero también nos anuncían que Jesús venció al mundo.

Ahora podemos hacernos la pregunta que da título a la reflexión matinal: ¿Dejaremos que de lo que está quemado nazca algo nuevo? ¿Somos capaces de dar gracias por el fuego?

Querida iglesia: ¡Bienvenidos a la gracia!  

Augusto Gil Milián

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