Cada vez que proclamamos el evangelio de Jesús hay liberación


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Introducción

En el NT se emplean tres palabras para designar el concepto “milagro”: teras (prodigio o portento), dynamis (obra de gran poder) y semeion (señal). Teras indica la finalidad del milagro, dynamis destaca la potencia mediante la cual se ejecuta el acto milagroso y semeion pone de relieve la legitimidad del acto milagroso, o sea, con qué autoridad se ha realizado.

En general, la nota predominante de los hechos milagrosos recogidos en los evangelios no es la del portento (teras) o la del poder (dynamis), pues eso es lo que pretendía Satanás, convertir a Jesús en un espectáculo público. Pero Jesús se le opone rotundamente y prohibe a los demonios que den testimonio de lo que ha hecho. Sus milagros no trataban de satisfacer el ansia de las multitudes por la espectacularidad sino demostrar que el Reino de Dios estaba ya en acción y promover en la gente una decisión de fe por medio de una señal (semeion).

 Idea exegética

A)   Curación del leproso (v 1-4)

Uno de los principales propósitos por los que Mateo escribió este Evangelio es para probar que Jesús es el Mesías; se trata de un milagro mesiánico. Por eso Mateo resaltó primero este milagro en su narrativa, a diferencia de Marcos y Lucas, que lo sitúan después de la curación de la suegra de Pedro y de los sanados al ponerse el sol. Nuevamente vemos que a Mateo le interesa el kairós y no el kronos.

En el Talmud (Sanhedrin 98a y 98b) podemos leer:

¿Cuándo vendrá el Mesías? . . . ¿Dónde está sentado? . . . y ¿por qué señal será reconocido? Él está sentado entre los pobres leprosos . . . su nombre es el erudito leproso como está escrito: él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores y nosotros le tuvimos por leproso, por herido de Dios y abatido. (Isaías 53: 4)

 

La VRV traduce “azotado”, en vez de “leproso”. La única versión cristiana que he encontrado con la traducción del Talmud es la NBE (1975), que dice:

El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado.”  (Isaías 53: 4)

Los fariseos en la época de Jesús enseñaban que cuando viniese el Mesías podría ser reconocido por tres señales que solamente él podría llevar a cabo. Las tres señales de la mesianidad eran sanar a un leproso, hacer hablar a un mudo y hacer ver a un ciego de nacimiento. Nosotros no creemos en lo que dicen los rabinos, pero aquel pobre leproso sí que creía. Luego para él, pensar que Jesús podía sanarlo era reconocer su mesianidad. Las acciones del leproso hacen evidentes que él pensaba que Jesús era el Mesías.

a.   Primero, porque le pidió que lo sanara de la lepra, lo cual los judíos creían que sólo el Mesías podía hacer.

 b.   Segundo, porque el leproso se postró ante Jesús. Jesús no le hizo levantarse cuando se postró ante él, aceptando así ese reconocimiento.

Al sanar al leproso y permitirle que se postrara ante él, Jesús admitió en forma implícita que Él era el Mesías. Pero ese testimonio no debía ser divulgado públicamente aún (v 4). Es lo que se denomina el “secreto mesiánico”, especialmente importante en el evangelio de Marcos, aunque también aparece en otros.

Es significativo que Jesús tocara al leproso, ya que estaba prohibido tener contacto con cualquiera que tuviera lepra, porque si lo hacía esa persona ya no podría entrar al Templo antes de purificarse. Los leprosos debían vivir aislados de la comunidad hasta que estuviesen limpios, así que Jesús pidió al hombre sanado que fuera ante los sacerdotes, para cumplir la ley siguiendo el proceso de reincorporación de un leproso a la comunidad (Levítico 14), pero también para dar testimonio ante los sacerdotes.

B)   Curación del siervo del centurión (v 5-13)

La petición del romano era inusual en varios sentidos. Primero, actuó con mucha humildad ya que no llegó hasta Jesús a “darle órdenes”, sino a hacerle una petición y rogarle su ayuda. También es interesante que el oficial romano se preocupara por la salud de su siervo, contrario a la indiferencia de otros amos (lo cual reflejaba que él temía a Dios y amaba al prójimo). Aún más importante, denotaba que tenía fe en la autoridad de Jesús y en el poder sanador del Dios de Israel.

El texto correspondiente en el evangelio de Lucas, nos muestra que en dos ocasiones el centurión envía a alguien a entrevistarse con Jesús:

 

“Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniera y sanara a su siervo.” (Lucas 7: 3)

 

“Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos.” (Lucas 7: 6)

En cambio, en el evangelio de Mateo, es el propio centurión quien acude a Jesús (v 5). Cuando tengamos una contradicción de este tipo, siempre hemos de preferir a Marcos o a Lucas, antes que a Mateo. En este caso, el interés de Mateo es mostrar que si antes Jesús había sanado a un judío, ahora iba a hacer lo mismo con un gentil, sin hacer acepción de personas. Así estaba escrito en el profeta Isaías:

 

“Él dice: Poco es para que solo seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob y restaurar el resto de Israel; también te he dado por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo último de la tierra.” (Isaías 49: 6)

Jesús aceptó ir a la casa del romano, pero en el camino lo detuvieron. El centurión sabía que los judíos religiosos no entraban a las casas de extranjeros para evitar contaminarse. Por respeto a Jesús, el centurión le mandó a decir que no era necesario que entrara a su casa, pero que él tenía fe que el siervo podía sanarse “a distancia”.

El centurión creyó sin ver. Esta es la esencia de la fe: creer la Palabra de Dios, aún antes de que se vean los resultados.

C)  Curación de la suegra de Pedro (v 14-15)

Otra persona que fue sanada por Jesús es la suegra de Pedro. Marcos y Lucas lo sitúan el sábado, al salir Jesús de la sinagoga, antes de la curación del leproso y del siervo del centurión. Es decir, sanó en sábado y por medio del contacto (v 15).

D)  Curación de muchos enfermos (v 16-17)

Más tarde, el pueblo de Capernaúm fue testigo de más milagros, pero esta vez “al caer la noche” (v 16). Al tratarse de una sanación masiva y en público, Jesús prefirió esperar a que acabara el sábado.

Idea homilética

El griego del NT no distingue entre “salud” y “salvación”, pues emplea la misma palabra en ambos casos, sotería. Jesús, que aunque era judío vivía en un ambiente helenizante, se interesó por el ser humano en su totalidad, espíritu, alma y cuerpo. Él no concebía hablar a la gente de su necesidad de Dios para el “más allá”, si en este mundo pasaban hambre y sufrían enfermedades, de ahí su actuación en los casos de sanación que hemos leído. Al Señor le interesaba la totalidad del ser humano y para él “salvar” era lo mismo que “sanar”. La salvación de Cristo es total y se llevó a cabo en un contexto de testimonio a las personas de lo que significaba el Reino de Dios. Por supuesto, nosotros no somos Jesús y, aunque seguimos creyendo en el poder sanador de Dios al que accedemos por medio de la oración, no siempre sanará la gente por la que pidamos sanidad. No obstante, lo seguiremos haciendo y no caeremos en el error de hiperespiritualizar el mensaje del evangelio.Aquél que fue estimado como leproso al cargar con nuestros pecados, vino a sanar y a salvar, como dos facetas de la misma acción.

 Conclusión

A finales del siglo pasado o comienzos del XXI, llegó una mujer a la congregación de Jaca un domingo, después del culto y me preguntó si nosotros teníamos “cultos de liberación”. Inmediatamente le contesté que sí. “¿Con qué frecuencia?”, me dijo y yo le respondí que todos los domingos. Cuando vi que se extrañaba, le dije que todos los domingos se predicaba el evangelio, por lo que todo el mundo tenía la posibilidad de escucharlo. También le dije que quien no pertenece a Jesucristo, pertenece a Satanás, así que, al predicar el evangelio de Jesucristo a quien quisiera oirlo, nuestro culto era un culto de liberación. Nunca más volvimos a verla.

Hay gente que no se interesa por la señal (semeion) de la gracia liberadora, sino por lo espectacular (teras) y la demostración de poder (dynamis). Pero eso es porque no conocen al Dios que se manifestó a Elías:

 

Jehová le dijo: Sal fuera y ponte en el monte delante de Jehová. En ese momento pasaba Jehová y un viento grande y poderoso rompía los montes y quebraba la peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Tras el viento hubo un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Tras el terremoto hubo un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego se escuchó un silbo apacible y delicado. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto, salió y se puso a la puerta de la cueva.

Entonces le llegó una voz que le decía: ¿Qué haces aquí, Elías?”.         (1 Reyes 19: 11- 13)

Cuando Jesús acusó a la multitud de seguirlo no por las señales, sino porque estaban saciados de pan, cuando la gente lo abandonaba, preguntó a los doce apóstoles

 

“¿Queréis acaso iros también vosotros?” (Juan 6: 67b)

 La respuesta la dio Pedro:

 "Señor, a quién iremos? tienes palabras de vida eterna.” (Juan 6: 68)

Jesús tiene palabras de vida eterna y nosotros hemos sido curados de la lepra del pecado por Aquél que se hizo leproso por amor a nosotros, al cargar con el peso de nuestra culpas. ¿Qué más necesitamos?

 ¿Quién es, decid, ese Jesús que manifiesta tal poder?

¿Por qué a su paso la ciudad

se agolpa ansiosa en torno a Él?

Lo dice el pueblo, oid su voz:

¡Pasa Jesús de Nazaret!

Jesús, que vino aquí a sufrir angustia, afán, cansancio y sed y dio consuelo, paz, salud,

a cuantos viera padecer. Por eso alegre el ciego oyó:

¡Pasa Jesús de Nazaret!

 

Rafael Melón

 

 

 

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