Los evangelios están llenos de relatos sobre la interacción de Jesús con otras personas. Jesús habla con Mateo, un recaudador de impuestos, habla con Natanael, que dejó su vida para seguir a Jesús, habló con una prostituta, habló con Nicodemo, alguien que pertenecía al Sanedrín, habla con un hombre ciego al que culpan de haber cometido algún pecado y por eso está ciego, habla con una mujer samaritana que no quiere hablar de su vida afectiva, y habla con muchas otras personas que no sé si yo me detendría a hablar. Pero hoy la pregunta no es. ¿Por qué Jesús habla con esta gente? La pregunta interesante sería: ¿Por qué estas personas hablan con Jesús? O mejor aun: ¿Por qué escuchan a Jesús?

Sospecho que este profeta judío nos cautiva. Que este judío llamado Jesús nos enamora. Y es que este tal Jesús es escuchado porque sencillamente entra en el mundo de las demás personas. Necesitamos entrar en la vida de las personas que comparten nuestra vida. Precisamos darnos permiso para que leas personas que nos cuidan entren en nuestra vida. La elección es nuestra.

Hoy quiero centrar la reflexión en la acción de escuchar al otro y las consecuencias. Una acción muy rara en nuestros días. Generalmente tenemos mucho que decir y poco que escuchar. Y si escuchamos son aquellas palabras que nos gustan, que nos reafirman, que nos apoyan. Pero no podemos amar o cuidar a una persona si sólo le decimos lo que quiere escuchar.

Miremos al texto y veamos como este principio se aplica aquí.

El relato bíblico nos muestra a un hombre no judío, oficial del ejército romano al servicio del emperador, que sorprende a Jesús por su fe. Sin ser un seguidor de Jesús, le pide que sane a su siervo. La respuesta de Jesús al centurión fue todo lo que él hubiera esperado y más; yo iré y le sanaré. Sin embargo, este hombre sabe algo de la ley judía, sabe, por ejemplo, que un judío no debe entrar a casa de un gentil sin correr el riesgo de quedar impuro. Asi que le dice al que no es digno de pisar su casa y acto seguido hace una de las declaraciones más poderoso que cualquier persona que espera un milagro puede decir; solamente di la palabra. Dice la Escritura que Jesús se maravilló de ver la fe de este hombre, y en aquella misma hora el siervo del centurión, sanó.

Llama a la atención cuatro actitudes en el centurión que son determinantes y que nos sirven de lección:

(1) El amor hacia su siervo joven: Este hombre demuestra un corazón sensible, lleno de afecto, cariño y estima hacia aquellos que estaban cerca de él.

(2) La humildad al rogarle a Jesús: Este centurión era un hombre de mucho poder. Tenía gente a su cargo que dependían de él. No obstante, ante la crisis que vivió, todo ese poder no le sirvió de nada, tuvo que reconocer que su incapacidad y venir en actitud de sumisión creyendo que Jesús podía realizar el milagro.

(3) La visión al enfocarse en Jesús como única solución: Esta característica es de vital importancia porque vio lo que posiblemente otros, en la misma posición que él, no hubieran visto. Jesús es verdaderamente la única solución en momentos de gran necesidad.

(4) La confianza el creer en el poder sanador de Jesús: Esta particularidad es sumamente interesante porque este hombre no era un seguidos de Jesús, sin embargo, depósito su confianza plenamente en el único que realmente podía hacer algo por su criado y recibió la respuesta que necesitaba. 

Pero no olvides lo que hace Jesús:

(1). Jesús no se inmovilizó porque el centurión y su siervo fuesen gentiles. Jesús no evitó el acudir al hogar del primero. Estuvo dispuesto a correr los riesgos de su vocación. La disposición de Jesús no fue estorbada por la prohibición de cruzar palabra con un gentil o de entrar en su casa o el hecho de que este fuera un militar del  Imperio.

(2)Responde a una necesidad personal, dando testimonio de su autoridad  como Hijo del Padre. Jesús asume y proclama la profecía que afirma que en el reino de Dios los gentiles estarían sentados a la mesa en el gran banquete escatológico. Por ello, su autoridad vence las resistencias y logra lo imposible. Si la Palabra de Dios es sostén de todo cuanto existe, la palabra del Hijo y el Hijo mismo que es la Palabra, es el poder que todo lo trasforma, porque expresa la voluntad restauradora del Padre, que no se detiene ante el prejuicios de nadie.

¿Puedo aprender algo de lo que ha acontecido? La fe no solo opera para salud del cuerpo y la salvación de los hombres y las mujeres, es también la llave de entrada al reino de Dios. Reino que no es patrimonio de una raza o de una determinada iglesia, es herencia del Padre para quienes creen en él y se abandonan a su palabra, asumiendo  su autoridad sobre la propia vida. Por ello, la fe, creemos los reformados que restablece la comunión con el Sr. Dios, lastimada por el poder devastador y dañino del pecado.

Si tú y yo vivimos en situación de desesperanza, de inmovilidad, de frustración, con el alma atormentada y la brújula perdida, si no hay horizonte claro en el futuro, entonces tú y yo estamos invitados a cree.

Cree en el poder de la palabra de Jesús y tus cuerpo y tu espíritu volverán a moverse y tu corazón a latir y tu sangre a palpitar por todo tu cuerpo. Como hijos del Padre celestial estamos empujados a confiar en la victoria de la Palabra, porque ella está aquí para trasformar. Que así sea nuestra vida hoy y mañana. Amén

Augusto G. Milián

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