Ya no podemos olvidar


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad.

¡Quiero el dinosaurio! ¡Quiero el dinosaurio! Le pedía insistentemente el niño a su padre mientras este compraba el periódico. Yo miré al dinosaurio expuesto en el escaparate y después miré al niño.

Un niño ve un objeto que le atrae y lo quiere de inmediato, sin meditar en sus consecuencias o en su precio. De un adulto esperamos otro comportamiento. Debería preguntarse si lo que desea le es útil. Si le hace bien. Hay cosas que pedimos cuando somos niños. Y otras muy distintas cuando somos adultos. O al menos eso es lo que se espera de los hombres y las mujeres que quieren crecer. Asi que hoy quiero compartir algunas palabras sobre la oración de los cristianos. Y porque no ha de ser un rezo mecánico sino reflexivo.

Jesús tiene muchas expectativas puestas en sus discípulos. Por ello les habla en medio del camino, del campo o junto al lago. Él esperaba que sus seguidores no sólo pudiesen evitar la hipocresía en sus oraciones, sino que también puedan eludir las repeticiones o expresiones reiterativas cuando hablan con el Padre. Mientras que la hipocresía es un mal uso del propósito de la oración, la verborrea  viene a ser un mal uso de la naturaleza de la oración. Donde todo acercamiento con el Sr. Dios se trasviste en una simple repetición de palabras o de frases huecas.

¿Entonces cómo debemos orar? La propuesta que hace Jesús es que involucremos nuestras mentes y nuestros corazones a la vez antes de abrir los labios. Sólo entonces se hará la luz. Pero claro, este modelo de oración demanda madurez, crecimiento, entrega para hablar con un Sr. Dios que a partir de ahora también será un Padre. Y es que la manera en que oramos habla muy alto y claro de a qué tipo de Dios oramos. Dice sin tapujos cómo es nuestra fe. Y quienes somos nosotros a fin de cuentas. Sospecho que otros dioses se sientan satisfechos y ufanos con las oraciones repetitivas. Pero al Sr. Dios revelado por Jesús pide algo más. Demanda otras palabras. Que respiremos hondo antes de abrir la boca. O que sencillamente nos quedemos en silencio. Y es que hay días que la mejor oración no es decir palabra alguna. Sino quedarse en silencio. Porque nos hemos quedado sin voz. Sin ánimo. Sin esperanza.

Pero nuestro silencio no ha de durar mucho. No debe ser como un duelo que se prolonga tras el verano. Hoy quizás no, pero un día, antes que se ponga el sol podremos volver a abrir nuestras bocas para musitar donde nadie más nos escuche esa oración que Jesús nos hizo oír por primera vez y que ya no podemos olvidar. Ya no podemos olvidar. Y que nos acompañará mientras caminemos por esta tierra de valles y de montañas.

Lectura del evangelio de Mateo 6, 7-8

Y al orar, no os pongáis a repetir palabras y palabras; eso es lo que hacen los paganos imaginando que Dios los va a escuchar porque alargan su oración. No seáis iguales a ellos, pues vuestro Padre sabe de qué tenéis necesidad aun antes que le pidáis nada.

¿Quién escuchará nuestras oraciones?

Padre nuestro, que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.
Hágase tu voluntad en la tierra
lo mismo que se hace en el cielo.
Danos hoy el pan que necesitamos.
Perdónanos el mal que hacemos,
como también nosotros perdonamos
a quienes nos hacen mal.
No nos dejes caer en tentación,
y líbranos del maligno.

Porque tuyo es el Reino, y el poder, y la gloria por los siglos de los siglos. Amén

Augusto G. Milián

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