Un manantial en el desierto


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad.

¿Por qué seguimos orando después de tantos años?

Aquí y ahora podría hacer una lista de los beneficios de la oración, pero en realidad oramos para no estar solos. Oramos para no olvidar de donde vinimos y hacia donde vamos. Oramos para hacer justicia. Oramos no sólo para expresar una religiosidad externa sino que la oración viene a ser también una manifestación de lo que tenemos en el corazón. Oramos para sacar afuera lo que llevamos por dentro. Oramos para que alguien nos escuche. Oramos porque es corto el amor y largo el olvido.

Jesús sabía lo que hay en el corazón de los hombres y las mujeres religiosos de su tiempo. Y sospecho que también del nuestro. Sabe como la apariencia pueden hacernos mover los labios para pronunciar el nombre del Sr. Dios, cuando en realidad estamos atrapados por el egoísmo y por la ostentación. Sabe que podemos hacer oraciones y rezos en el nombre de la hipocresía o en el nombre de la realidad dolorosa que experimentamos. Jesús sabe que el fariseísmo religioso no es algo que se haya extinguido.

Pero hay algo más, ante lo cual muchas veces no nos detenemos a pensar, oramos para encontrarnos con la persona que es el Sr. Dios: el Creador, el Señor del pan y del vino, el Juez justo, el Padre que está en los cielos… Y oramos pidiendo no en nuestros nombres, porque con nuestros propios nombres no iremos lejos, sino en el nombre de Jesús, nuestro Salvador.

Si, hemos de reconocerlo de una vez, oramos para estar a solas con el que nos conoce antes que llegáramos a este mundo y pronunció nuestro nombre antes que nadie, y con El oramos en la confianza, sabiendo que nadie hará público nuestras debilidades y derrotas y oramos sin miedo a que nuestras palabras resulten incomprensibles o torpes.

Y si alguien aun alberga dudas y quiere saber por qué hago oraciones en esta mañana. Entonces tendré que decir que oro para encontrar un manantial  en el desierto.

Lectura del evangelio de Mateo 6, 5-6

Cuando ores, no seas como los hipócritas, porque ellos aman el orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público.

¿Quién escuchará nuestra oración?

Padre:

Al amanecer de este día es la esperanza la que vengo a reclamarte. La paz que pueda restaurar los corazones de los hombres y las mujeres heridos. La fuerza para curar las laceraciones que se producen en la vida y la tranquilidad para las emociones que producen las palabras y los silencios. Que el Espíritu Santo nos muestre el camino de la serenidad en días de violencia y que la luz interior se imponga sobre la oscuridad reinante. Jesús, que sea la paz. Amén.

Augusto G. Milián

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