¿Quién dirá nuestro nombre en voz alta?



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad.

¿Cómo ser un discípulo de Jesús en estos días? me preguntó un amigo mientras le preparaba un té caliente con limón para su afonía. Y no me quedé callado. Esta es una pregunta para la que tengo una respuesta muy personal.  Un discípulo es alguien que se hace preguntas. Reconozco que con los años nos hemos olvidado que un discípulo de Jesús es alguien que busca respuestas en un mundo donde nadie se hace cuestiona nada. Una especie de inconforme. Un buscador de milagros entre el barro. Alguien que mira hacia arriba cuando la mayoría mira hacia abajo.

¿De dónde viene este impulso nuestro de escondernos ante lo novedoso y lo diferente? ¿De donde esta pulsión de ocultarse del Sr. Dios? De nuestro propio corazón. Del interior de nuestros corazones. No es algo que hemos heredado de nuestros padres como el color de los ojos. No, es algo que hemos aprendido. Y que lo ponemos en práctica cuando las circunstancias externas nos causan laceraciones y las palabras con las que nos saludan son ásperas. En realidad los hombres y las mujeres somos especialistas en escondernos cuando la realidad no es como nosotros esperábamos que fuera. Y nos escondemos porque el miedo suplanta a la fe.

En las Escrituras nos encontramos con hombres y mujeres que repiten este mismo patrón. Por ejemplo, el padre Adán y la madre Eva se escondieron del Sr. Dios porque descubrieron un día que estaban desnudos. Moisés escondió al egipcio que había matado entre la arena para que descubriesen que era un asesino y se fue al desierto. Jonás intentó esconderse de la gracia del Sr. Dios haciendo un viaje por el Mediterráneo.

Pero el amor siempre sale al camino. Siempre. No se queda con los brazos cruzados. Y es que el Sr. Dios sale a nuestro encuentro. Y nos busca. Y nos llama por nuestro nombre. Y nos abraza para que nadie nos lance piedras. Esto es algo que nosotros hemos aprendido de Jesús, el Cristo. Jesús posee una perseverancia incondicional. Pero su confianza no está depositada en lo que puedan hacer los creyentes, sino en lo que el Sr. Dios hace cada día por ti y por mí. De El lo podemos esperar todo. Incluso una segunda oportunidad.

En nuestra cultura no se habla mucho en voz alta del Sr. Dios. Asi que nuestros hijos y nuestros nietos si acaso lo único que saben de Jesús es que fue un hombre bueno que por donde pasaba hacía cosas buenas. Pero nosotros, sabemos muchas más cosas. Sabemos que es El ungido. Es El que nos ha dado el Espíritu Santo para los enfrentar las penas. Es el Cordero de Dios que quita el pecado de nuestro mundo mundo.

Pero hay más. También sabemos que es el único que nos ha llamado por nuestro nombre cuando estábamos con miedo y escondidos. El único que se atrevió a pronuciar nuestro nombre en voz alta. Y El que se ha autoinvitado a nuestra casa. Y nos a hecho poner los pies en la tierra. 

(Continuará)

Lectura del evangelio de Lucas 19, 1-5

Jesús entró en Jericó e iba recorriendo la ciudad. Vivía allí un hombre rico llamado Zaqueo, que era jefe de recaudadores de impuestos y que deseaba conocer a Jesús. Pero era pequeño de estatura, y la gente le impedía verlo. Así que echó a correr y, adelantándose a todos, fue a encaramarse a un sicómoro para poder verlo cuando pasara por allí. Al llegar Jesús a aquel lugar, miró hacia arriba, vio a Zaqueo y le dijo: Zaqueo, baja en seguida, porque es preciso que hoy me hospede en tu casa.

¿Quién escuchará hoy nuestras oraciones?

Padre, te pido en este día que comienza  que abras mis ojos. Que me permitas mirarte y reconocerte como mi Señor y mi Salvador en medio de estos tiempos. Espíritu Santo abre mis oídos. Que pueda escucharte entre tantos ruidos. Y que no tenga miedo. Que no busque esconderme de lo que me causa daño. Jesús, en ti yo espero. Bienvenido a mi casa. Amén.

Augusto G. Milián


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Pocas cosas cura el silencio

Una corta oración

María, madre de Jesucristo, como testigo del amor. Una perspectiva protestante en el diálogo ecuménico