Sólo de Jesús la sangre


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Hay que encender una luz en la oscuridad.

Todos tenemos luz y oscuridad en nuestro interior. Todos. Por lo tanto lo que realmente importa es lo que elegimos que salga de nuestro corazón y pronuncien nuestros labios cada día. Pero a veces nosotros solos no podemos.

En la vida cotidiana, en la tuya y en la mía, el mal es una realidad difícil de entender y sobre todo difícil de vivir. Es un problema que muchos no resuelven nunca y otros lo solucionan responsabilizando a otras personas de su infelicidad. Pero eso no es todo, entre los creyentes se oye decir, demasiadas veces, esta lamentación: ¿Por qué el Sr. Dios lo ha permitido? ¿Por qué me castiga a mí? Otras personas se plantean que si existe el mal es porque  sin duda alguna el Sr. Dios no es todopoderoso o no es tan bueno como nos lo han contado. Otros, sencillamente se atrincheran el la frase: Tu Sr. Dios no existe.

Ante que los discípulos llamarán a Jesús como rabí, ya Juan el Bautista le había dado otro título. Un calificativo muy personal. Y que estaba estrechamente relacionado con la historia conocida, con la Pascua judía, cuando el ángel exterminador había pasado por las casas de Egipto y no se había detenido en aquellas cuyos dinteles estaban marcados con la sangre de un cordero. Asi que cuando Juan habla señalando a Jesús sus oyentes les pueden entender. Porque ahora Jesús es el símbolo de la liberación. Juan lo sabe y nos presenta a Jesús como la señal del inocente. Del vulnerable. Del que ha de enfrentar el mal haciendo el bien. Del que ha de morir por su pueblo.

También los discípulos, del pasado y del presente, confesamos que Jesús viene a liberarnos del mal, pero hay días que no permitimos que tal cosa ocurra y es que preferirnos aferrarnos a la culpa, a los malos recuerdos, a las injusticias del pasado como si en ella hubiese un asidero de utilidad. De provecho. Como si nuestras obras fuesen suficientemente aceptables. Pero no es así. Ni en el pasado ni en el ahora.

Las Escrituras no se cansaran de repetirlo una y otra vez: sólo de Jesús. Sólo Jesús nos puede levantar de la cuneta y curar nuestras heridas. Sólo Jesús puede calmar la tempestad. Sólo Jesús puede arrancarnos las espinas que llevamos clavadas. Sólo Jesús nos puede dar perdón. Si, sólo de Jesús la sangre.

Lectura del evangelio de Juan 1,29

Al día siguiente, Juan vio a Jesús que se acercaba a él, y dijo: Ahí tenéis al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

¿Quién escuchará hoy nuestra oración?      

Padre: Tú nos ves tal como somos. Más nosotros vemos como a través de un velo. Tú nos quieres quitar las cadenas. Pero nosotros estamos atrapados por los intereses personales. Tú nos liberas de nuestros sentimientos más oscuros. Pero nosotros creemos que en la añoranza por el pasado está la felicidad. Espíritu Santo ábrenos los ojos y los oídos a las palabras de las Escrituras hoy, porque nosotros solos no podemos. En Jesús nosotros confiamos. Amén. 

Augusto G. Milián 

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