Lo contrario al juicio


 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

Tendríamos que desgarrar los juicios con que nos vestimos cada día al salir el sol. Deberíamos de manera urgente, pero nos cuesta. Y mucho.

¿Te imaginas a los creyentes sin la necesidad cotidiana de tener que emitir juicios sobre los demás? ¿Podrías pensar por unos minutos que estás libre de sentenciar si algún miembro de la familia, o un amigo o un hermano de la fe es una buena o mala persona? ¿Te ves ejerciendo la libertad de no tener que opinar sobre la moralidad de otras personas? ¿Podrías decir sólo por hoy: ¿No tengo que juzgar a nadie!

Jesús sabe que el hecho de juzgar  los demás es una carga pesada de llevar. Es como una especie de maleta cargada con piedras que has de arrastrar por todo el camino. Por ello, el hacer juicios, nunca está entre las propuestas que les pide a los discípulos.

Lo contrario al juicio es la amabilidad. Jesús se muestra amable con todos lo que se encuentran o salen a su paso. Y es que sabe que ella es la que puede derribar los muros de separación y lejanía que los hombres y las mujeres erigen para creerse seguros.

Tú y yo vivimos en un mundo poco amable. En medio de una cultura donde lo común es proferir juicios sobre todos. Sobre los diferentes. Sobre los que no hacen las cosas como nosotros. Sobre los que piensan de otra manera. Pero esto a fin de cuentas es una esclavitud. Y como toda esclavitud nos causa dolor. Nos hace atesorar remordimientos. Nos endurece el corazón.

Hay creyentes que han rechazado la gracia del Sr. Dios y precisan de pronunciar juicios para sentirse mejor que los demás. Ellos siempre llevan las manos limpias. Pero un corazón ennegrecido.

Y Jesús lo sabe.

Lectura del evangelio de Marcos 7, 1,2-5

Se acercaron a Jesús los fariseos y unos maestros de la ley llegados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos de Jesús comían con las manos impuras, esto es, sin habérselas lavado. Preguntaron, pues, a Jesús aquellos fariseos y maestros de la ley: ¿Por qué tus discípulos no respetan la tradición de nuestros antepasados? ¿Por qué se ponen a comer con las manos impuras?

¿Quién escuchará hoy nuestra oración?

Padre: Quiero parecerme a Jesús. Ayúdame a crecer en la fe. Ya no quiero seguir siendo un niño. Espíritu Santo moldéame tú, porque para mi la tarea no es fácil. Necesito transformar mi corazón de piedra en uno encendido por el fuego de Jesús. Un corazón misericordioso hasta el punto de perdonar a los que nos ofenden tal y como Tú haces conmigo cada día cuando sale el sol. A Jesús nosotros seguimos. Amén.

Augusto G. Milián

 

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