A veces nos vamos lejos. Muy lejos.
Hay que encender una luz en la oscuridad
Y llega Mayo con viento a la ciudad.
Podemos estar ciegos para lo que está delante de nuestros ojos, y ciegos además para admitir que no podemos ver. La primera ceguera puede tener cura. La segunda requiere una confesión.
Hay dos discípulos que caminan solos hacia Emaus y saben que han perdido algo muy querido. Pero el dolor de la pérdida no les permite ver quien se acerca a ellos. Y así es como realizan el viaje. A ciegas. También nosotros emprendemos viajes cotidianos decidiendo quien nos acompaña: o el resentimiento o la gratitud. Pero lo cierto es que la mayoría de la gente opta por el primero.
Hay dos discípulos que caminan recordando a su Maestro. Ellos habían dejado todo para seguirle. Él que les había cambiado las vidas e interrumpido sus rutinas; pero ya no está más. Él había hecho todas las cosas nuevas; pero ahora está muerto.
Hay dos discípulos que se sienten perdidos e intentan regresar a casa para empezar de nuevo. Para esconderse. ¿Pero acaso podemos escondernos de los recuerdos y de las perdidas? Nosotros nos parecemos mucho a ellos. Si miramos un rato a nuestro propio corazón tendremos que confesar que también nosotros tenemos pérdidas.
Hay dos discípulos que nunca creyeron que el final sería tan doloroso. Creían que eso les pasaba a otras personas o que ocurría en otros lugares; pero no a ellos. También a nosotros nos suceden cosas que no queremos recordar y a veces nos vamos lejos. Muy lejos.
Hay dos discípulos que no pueden reconocer a Jesús cuando se acerca a ellos. ¿Y si a nosotros nos está pasando lo mismo? ¿Qué hacemos nosotros con nuestras pérdidas? Generalmente hacemos tres cosas: las ignoramos, buscamos un culpable o nos lamentamos.
Pero lamentarse no es malo. Sino que es una especie de descubrimiento. Es el momento en que reconocemos que somos frágiles y que necesitamos de un compañero para andar por los caminos de la vida. Un compañero que nos abra los ojos. Los ojos del corazón. Que son a fin de cuenta con los que tú y yo podremos ver esta vida inundada de flores y de serpientes.
Lectura del evangelio de Lucas 24: 13-16
Aquel mismo día dos de ellos se dirigían a un pueblo llamado Emaús, a unos once kilómetro de Jerusalén. Iban conversando sobre todo lo que había acontecido. Sucedió que, mientras hablaban y discutían, Jesús mismo se acercó y comenzó a caminar con ellos; pero no lo reconocieron, pues sus ojos estaban velados.
¿Quién escuchará hoy mi oración?¿Quién?
Padre: Ahora que se inicia el día danos ojos para ver más allá de lo que ven nuestros ojos, danos ojos para ver a Jesús caminar a nuestro lado, danos visión para verte la acción del Espíritu Santo en todas las circunstancias de nuestras vidas. Si que se abran los ojos para entender tu Palabra. Para entenderla y hacerla. A Jesús nosotros esperamos en el camino. Amén.
Augusto G. Milián
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