El preocuparnos no nos sirve de mucho


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

Lectura del evangelio de Marcos 7, 24-30

 Jesús se fue de aquel lugar y se trasladó a la región de Tiro. Entró en una casa, y quería pasar inadvertido, pero no pudo ocultarse. Una mujer, cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, supo muy pronto que Jesús estaba allí y vino a arrodillarse a sus pies. La mujer era griega, de origen sirofenicio, y rogaba a Jesús que expulsara al demonio que atormentaba a su hija. Jesús le contestó: Deja primero que los hijos se sacien, pues no está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perros. Ella le respondió: Es cierto, Señor; pero también es cierto que los cachorrillos que están debajo de la mesa comen las migajas que se les caen a los hijos. Jesús, entonces, le dijo: Por eso que has dicho puedes irte, pues el demonio ya ha salido de tu hija. La mujer regresó a su casa y encontró a su hija acostada en la cama y libre del demonio.

Buen martes para los que me pueden escuchar. Cada amanecer es un regalo, pero algunas personas lo han olvidado. Y alguien se lo tiene que recordar.

No sé cómo las preocupaciones llegan sin pedir permiso; pero la mayoría de la gente me suele decir: ¡No te preocupes, todo se resolverá! ¿Cómo si fuera tal fácil? Como si porque alguien nos diga tales palabras las preocupaciones nos abandonarían.

Pero la cruda realidad es que nos preocupamos con mucha frecuencia. Y sobre todo por las personas que amamos. Nos preocupan los padres que se hacen mayores, los hijos que crecen y salen al mundo. Nos preocupan los amigos que a veces son la familia escogida. Nos preocupan las personas con las que compartimos la vida y que a veces nos sostienen sin esperar nada a cambio. Nos preocupa la tierra donde nacimos, o la tierra que nos acogió porque donde nacimos no se puede vivir.

Cuando las personas llegan cansadas y agobiadas a donde está Jesús son escuchadas, son atendidas. Pero Jesús sabe que el preocuparnos no nos sirve de mucho ni resuelve ningún escollo. Por eso Jesús toma cartas en el asunto. Jesús sabe que cada día tiene su preocupación. Y que lo que ayer nos preocupó ya lo hemos olvidado.

A muchas de las personas que conozco les gustaría dejar de preocuparnos; pero no saben cómo hacerlo. Y es que no hay un manual. Y si lo hubo lo hemos perdido.

Lo contrario a la preocupación es la fe. Pero no nos han preparado para vivir con fe, sino llenos de preocupaciones. Pero hacer este viaje, de la preocupación a la fe, demanda hacer un ejercicio cotidiano. Intimo. Hay que empezar por educar al corazón y a la mente. Y sobre todo hay que perder el miedo e ir al encuentro de Jesús.

Para Jesús lo vital era encontrar el Reino de Dios y practicar la justicia. Porque lo demás era secundario. Circunstancial. Incluso las preocupaciones cotidianas. Como esas migas de pan que caen al suelo.

¿Quién escuchará nuestra oración?

Padre: Tú me conoces antes que me llamaran por mi nombre. Tú conoces todos los vacíos con que vivimos y que sólo pueden ser llenados por tu gracia y compasión. Nuestras preocupaciones, nuestras penas sólo encuentran respuestas en ti. Déjanos escuchar la voz del Espíritu Santo entre otros tantos ruidos. Jesús, ofrecernos en esta mañana una palabra de consuelo, porque en ti confiamos. Amén.  

Augusto G. Milián.

 

 

 

 

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