¿A quién le muestro mi fragilidad?


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

Buen martes para los que me escuchan desde lejos. Buen martes para los que escuchan desde cerca. Cada día es un regalo, pero a usted y a mí se nos olvida.

El otoño llega sin mucho ruido a Zaragoza. Pero la senescencia está entre nosotros. Basta con salir a Parque Grande y ver los árboles. Algunas personas me han escrito preguntándome sobre la relación que se puede establecer entre la dependencia y la amistad, entre el dolor y la compañía. Hoy quiero compartir algunas ideas a partir del texto de la curación del hombre paralítico que describe el evangelio de Marcos.

La enfermedad y el dolor nos hacen dependientes. Y esto no lo podemos esconder. Y esto atenta contra nuestro propio orgullo. La parálisis, del cuerpo y del alma, nos hacen vulnerables. Y cuando necesitamos que alguien nos tome de la mano para avanzar se hace muy visible nuestra debilidad. Nuestra fragilidad.

Por ello, alrededor del hombre que está entumecido ha surgido una especie de comunidad.  Donde habita la confianza. El lecho de un doliente que podría ser símbolo de un espacio de separación ahora es la señal de la compañía y de la esperanza.

Albergo la certeza de que todos tenemos un camastro así. Un lecho donde yacen nuestras miserias que no decimos en voz alta, donde se esconden nuestros miedos a amar y no ser correspondidos, donde descansan nuestros afanes por   controlarla vida que se nos da, donde silenciamos el pasado que nos duele. Y no dudo que habrá hombres y mujeres que finjan que no tienen ningún tipo de parálisis, que no padecen cegueras y que hasta están en condiciones de quitar la paja en el ojo ajeno. Aparentemente son normales; pero entonces les faltará tener a su alrededor amigos que carguen con él.

Este texto del evangelio nos hace algunas preguntas: ¿Quién me ayuda cuando estoy enfermo? ¿A quién le muestro mi fragilidad? ¿A quién le permito ver mis lágrimas? ¿A quién le pido que me sostenga en oración?

Con los años he aprendido que si quiero disfrutar de la amistad en su sentido más profundo entonces no tengo que ir haciendo gala de mi fortaleza a cada momento. Así que hay que darse permiso para que sean otros los que nos carguen cuando estamos rotos. Y no decirles nada si se ponen a romper el techo de una casa para que Jesús nos hable.

El otoño llega sin muchos ruidos. Y usted y yo necesitamos que Jesús nos hable.

Lectura del evangelio de Marcos 2, 1-5

Algunos días después, Jesús regresó a Cafarnaún. En cuanto se supo que estaba en casa, se reunió tanta gente, que no quedaba sitio ni siquiera ante la puerta. Y Jesús les anunciaba su mensaje. Le trajeron entonces, entre cuatro, un paralítico. Como a causa de la multitud no podían llegar hasta Jesús, levantaron un trozo del techo por encima de donde él estaba y, a través de la abertura, bajaron la camilla con el paralítico. Jesús, viendo la fe de quienes lo llevaban, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados quedan perdonados.

¿Quién me acompañara en una oración? ¿Quién?

Padre, ahora que comienza el día, mis primeras palabras son para ti. Señor, te doy gracias por los momentos compartidos con los amigos, por esa ayuda que recibimos en medio de la pena. Espíritu Santo sé nuestro andamio. Jesús nosotros a ti escuchamos. Amén. Augusto G. Milián

 

 

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